martes, 29 de marzo de 2011

La espiral de consumo

El consumismo es una característica inherente a la sociedad del siglo XXI, que incluso ha adoptado su propio nombre: sociedad de consumo. Todas las personas, lo quieran o no, están inmersas en esa espiral consumista que abarca todos y cada uno de los aspectos del mundo actual. Ese afán derrochador se ve incrementado por la publicidad y la televisión, que condicionan el pensamiento y hacen creer a la gente que, para ser felices y tener valor como seres humanos, necesitan poseer la mayor cantidad de objetos posibles. Pero no sólo son las empresas y los anuncios los que instan a malgastar el dinero en objetos superfluos, sino también los propios gobiernos. Los políticos dicen que, para que el sistema capitalista se desarrolle o reflote si está en crisis, es necesario que la gente consuma, consuma y consuma. Lo que convenientemente no cuentan los mandamases es que detrás de ellos hay grupos de presión y grandes compañías que les presionan para fomentar el consumo y, por tanto, lucrarse a base de ellos con excusas baratas de prosperidad y desarrollo.

Por si no fuera suficiente con las presiones externas que incitan al consumo compulsivo, las propias empresas cuentan con sus “trucos sucios” para obligar a seguir comprando. Una de esas tácticas consiste en fabricar objetos de calidad cuestionable, que acaban por romperse ineludiblemente. En muchos casos es preferible reponer el objeto averiado en lugar de arreglarlo. Pero, ¿es ético fabricar objetos con la intención de que se rompa en un plazo más o menos corto de tiempo? En mi opinión, en absoluto. Pero no hay ninguna ley ni ninguna cortapisa que impida a estas compañías recurrir a tales tretas. Pudiendo lucrarse con tal facilidad, ¿para qué preocuparse de conceptos tan abstractos, a la par que poco rentables, como son la moral y la ética? Si no producen beneficios, mejor guardarlas en el fondo de un cajón, donde no molesten.

Desde pequeñitos, se ha implantado a los seres humanos la obligación (más que necesidad) de consumir. La publicidad deja latente que, si no se posee un determinado coche o se carece de un determinado utensilio de cocina, se es un fracasado en la vida. Se apela a las emociones, a la satisfacción personal, a estar orgulloso de uno mismo y a que los demás te vean como un triunfador para obligarte a comprar un determinado objeto que, objetivamente, no proporciona esa felicidad que se publicita. Pero las personas, incluso las que presumen de ser ajenos al sistema, caen inexorablemente en la trampa. Trabajan para consumir. Consumen para intentar ser felices. Pero no lo consiguen. Por eso necesitan trabajar más para comprar más. Aún así, a base de materialismos, no suelen el tan anhelada felicidad.

Los centros comerciales, epicentros del mundo consumista por excelencia, se han convertido hoy en día en la mejor forma de pasar el tiempo libre. No hay más que ver la inmensa afluencia de gente que pasea por estos grandes almacenes cada fin de semana. Los centros comerciales ofrecen todas las formas de ocio y consumo imaginables: decenas de tiendas especializadas y adaptadas a los más variopintos gustos (ropa, cerámica, colchones, juguetes, utensilios de golf,…), salas de juego, cines, restaurantes… Y, por si fuera poco, cada escaparate está decorado de una forma única que invita al descuidado e inocente paseante a caer en la tentación. Muchas tiendas se han convertido en centros de ocio por sí mismas. Un claro ejemplo es la ciudad de Nueva York, donde se encuentra el máximo exponente del sistema: Times Square. Aquí las tiendas son puro espectáculo. La tienda Disney está decorada con enormes peluches de dibujos animados, tiene una pantalla gigante donde se proyectan películas y un trenecito donde viajan los personajes más célebres de la factoría circula por el techo de la tienda. La jugetería Toys´r´us tampoco se queda corta y ofrece a sus clientes, además de una fotografía-recordatorio y personajes disfrazados… ¡una vuelta en noria! Por un módico precio, claro está. En una sociedad con tal sobreabundancia de productos, ofrecer bienes de consumo ya no es suficiente para llamar la atención: los nuevos tiempos exigen imaginación y espectáculo.

El consumo desmedido no sólo tiene efectos negativos en el bolsillo y la deshumanización de los individuos inmersos en dicha espiral. El proceso de fabricación de estos útiles pasa por encima de naturaleza y de los propios seres humanos sin ningún pudor. Destrucción de bosques, contaminación de ríos y mares, expulsión de gases tóxicos a la atmósfera, desertización, extinción de especies animales y vegetales,… y todo ello de forma indiscriminada, sólo por el afán de seguir alimentando la espiral de consumo. No sólo es el medio ambiente el que se deteriora por los caprichos del hombre, también los propios seres humanos son explotados en las fábricas. Trabajan de sol a sol sin recibir un salario digno, inhalan los gases tóxicos, desarrollan enfermedades o carecen de condiciones adecuadas de trabajo. Por no hablar de la explotación infantil. Muchas empresas trasladan sus fábricas a países donde la mano de obra es más barata y se aprovechan incluso de los niños. No paran de llegar rumores de casos de explotación infantil a nuestros oídos, pero, aunque no dudamos en criticar con voz firme esta aberración, seguimos comprando los productos de estas marcas.

El sistema capitalista y ultraconsumista del siglo XXI pide a gritos un cambio a un modelo sostenible que viva en concordia con el entorno y no necesite de la explotación humana para alcanzar sus fines. Culpamos a los gobiernos, a la flaqueza de las leyes y el sistema judicial o a la maldad de empresarios y grandes compañías productoras de las aberraciones del sistema, dando por sentado que, como individuos, somos demasiado insignificantes para lograr algo por nosotros mismos. Error. Lo primero es mentalizarse de la importancia del “yo” y exigirse a uno mismo lo que se les va a exigir a los demás. Cuando asumamos la responsabilidad que nos toca, será cuando podamos empezar a cambiar las cosas.

viernes, 25 de marzo de 2011

Fernando Hierro, una leyenda viva a los mandos de la Federación

El malagueño niega cualquier rencor hacia Florentino Pérez o el Real Madrid

Fernando Hierro no ha perdido el porte de futbolista que atesoró durante sus 14 temporadas en el Real Madrid y otras tantas en la élite del fútbol. Como recién salido de la ducha tras un entrenamiento y dispuesto a enfrentarse a las intrincadas preguntas de los periodistas con los que tantas veces se ha dado cita en la sala de prensa de la ya extinta Ciudad Deportiva de la Castellana, llegó a la clase de Periodismo Deportivo en la Universidad Complutense. El actual director deportivo de la Federación Española de Fútbol (FEF) dejó por unas horas sus tareas al frente del máximo órgano del deporte rey en nuestro país para iluminar a los alumnos con su experiencia y su visión del fútbol desde el otro lado de la barrera.
Las labores de Hierro como director deportivo de la FEF pasan por designar a los seleccionadores de cada una de las categorías de la Selección, desde la sub 16 a la Absoluta. Reconoce que cuando asumió el cargo pensaba que iba a tener mucho menos trabajo y responsabilidades que las que acumula. También comentó una desalentadora realidad de los directores deportivos: “están hechos para perder”. Esto es así porque, cuando llegan las victorias y los títulos, toda la gloria recae sobre los jugadores y el entrenador, pero en las horas más bajas el foco de las iras de prensa y aficionados es el director deportivo en su faceta de máximo responsable de la entidad. Aún así, su nueva ocupación también presenta aspectos positivos. “La mayor satisfacción es ponerle a un chico de 15 años la camiseta de la Selección por primera vez”, explica, y lo define como una sensación incluso mejor que jugar un partido con la Absoluta. El ex futbolista cree que para que los más jóvenes triunfen necesitan recibir una gran dosis de confianza por parte de los máximos responsables de los clubes, y que en España este es un tema en el que se destaca favorablemente. Recalcó las canteras de Barcelona, Villarreal o Espanyol, y sobre la del Real Madrid dijo que hasta Segunda B (donde milita actualmente el Castilla) se trabaja muy bien, pero que es importante que a partir de aquí “los chicos tengan la puerta del primer equipo abierta” para seguir su progresión futbolística.

Presente y futuro de la Roja
El terreno en el que el malagueño se siente más cómodo es, como ya se ha mencionado, con los más jóvenes. No en vano se ha sacado el título de técnico y deja entrever que no le importaría entrenar a algún equipo filial. Respecto al futuro de la Roja, Hierro cree que España “tiene unas categorías inferiores con mucho futuro”. Para continuar con el ciclo triunfal de la Absoluta que dio comienzo en 2008 con la consecución de la Eurocopa, el director deportivo de la Federación da la clave: “buscamos gente que, dentro de 6 ó 7 años, den un perfil parecido al de Xavi o Iniesta”, o a cualquiera de los otros estandartes del combinado nacional. Futbolistas que se amolden bien al juego que despliegan los de Vicente del Bosque y que sean capaces de desarrollarlo en un futuro.
“Estamos ante la mejor generación del fútbol español de la historia”. Esta afirmación de Fernando Hierro no es ninguna sorpresa para todo buen aficionado al deporte rey. El central asume que la Roja no va disputar ni un solo amistoso en 4 años porque “para ninguna selección existen amistosos contra los campeones del mundo”. Por eso, y siempre con humildad, cree que España no debe bajar la guardia y saltar al campo siempre dispuesta a entregar el cien por cien de sí misma porque si no “cualquiera puede ganarte”, como ya ocurriera con Argentina o Portugal. Aunque este grupo ya haya levantado una Eurocopa y un Mundial tiene por delante otros retos que engrosen su historia, entre ellos el de ser la primera selección de la historia que, habiendo conseguido estos dos títulos, siga agrandando su palmarés con la segunda Eurocopa consecutiva.
Respecto a la victoria de Sudáfrica, Hierro reconoce que sintió envidia sana de los chicos de Vicente del Bosque, aunque también mucho alivio. “Pensé que para el fútbol español era algo inigualable y que este triunfo por fin nos iba a dejar descansar a todos los que hemos vestido esta camiseta”, refiriéndose a los tópicos futbolísticos como el manido “España nunca pasa de cuartos” o la eterna condición de aspirante de la Roja.

“Xavi o Iniesta se merecían el balón de Oro”
Hierro no se explica como la lección de fútbol que España dio en el país africano no ha recogido sus frutos en forma de Balón de Oro. “Era una oportunidad histórica para el fútbol español y yo creo que se lo merecían Xavi o Iniesta”, recalcó ante la abarrotada clase de futuros periodistas. A pesar de todo, reconoce la categoría del vencedor del trofeo, Leo Messi, y le considera un digno campeón. Esta decisión de conceder el trofeo individual más prestigioso del mundo al argentino despertó muchas suspicacias contra Joseph Blatter y la FIFA. El ex capitán del Real Madrid rechaza tajantemente que España esté infravalorada a nivel internacional, a pesar de que la gran apuesta de la Federación, la candidatura ibérica, también fuera rechazada a favor de Rusia. Hierro cree que, aunque España consiguió las mejores puntuaciones, primó la idea de “buscar nuevos mercados y nuevas ilusiones” para el fútbol.

Su polémica salida del Real Madrid
La charla siguió un cauce tranquilo y sosegado para el entrevistado hasta que se tocó el tema más sensible de la amplia carrera de Fernando Hierro: su salida del Real Madrid, entonces presidido por Florentino Pérez. El ex capitán blanco negó cualquier tipo de resentimiento hacia el club o el mandatario. “No le guardo ningún rencor al Real Madrid, me ha dado mi vida profesional”, y añadió que un club con su grandeza está por encima de todos los jugadores y sus problemas individuales y personales. Respecto a Florentino, Hierro asegura que ha vuelto a hablar con él porque “la educación y el respeto están por encima de cualquier cosa”.
Hierro habla sobre sus 14 años en el Real Madrid con un tono que denota a la vez orgullo y añoranza. Reconoce que durante su última etapa en el club de Concha Espina las adversidades eran continuas en la casa blanca, y que él como capitán debía hacerse cargo e intentar solucionarlos. “Durante mis tres últimos años en el Madrid todos los días me llamaban porque había algún problema”, dice, y añade que, al igual que al director deportivo, al capitán sólo se le busca cuando hay problemas. Pero, a pesar de todo, “es todo un orgullo”.

Objetivo: terminar con la hegemonía del Barcelona
La actual política del Real Madrid se basa en fichar a los mejores jugadores del mundo para así saciar el ansia de títulos de los merengues. Para ello, Florentino ha recurrido a un director de orquesta muy particular: José Mourinho. Hierro le define como un magnífico entrenador que ha llegado a Madrid para acabar con la hegemonía del Barcelona e inaugurar el ciclo ganador del Real Madrid. El vestuario, como en la época de los Galácticos, se ha llenado de estrellas que, al estar recién llegadas, no entienden lo que significa defender el escudo de un club de esta categoría. “Cuando llegué al Real Madrid me dijeron: tienes que pelear por esta camiseta como si fuera tu vida”, relata Hierro, que añade que para los blancos no hay amistosos, ni siquiera tiempo para saborear una victoria: “Ya estás pensando en ganar el siguiente partido cuando todavía ni te has duchado después de ganar el anterior”, dice, “y hay jugadores de mucho talento que no han soportado este nivel de presión y exigencia”.
Hierro cerró la ronda de preguntas hablando sobre su ex compañero y amigo Raúl González Blanco, uno de esos jugadores con los que, al igual que el propio Hierro, no pudo la presión de llevar el escudo del Real Madrid en el pecho y al que el propio central apodó “El Ferrari”. “Creo que Raúl, después de Di Stéfano, es el mejor jugador español hasta día de hoy”, dijo elogiando al 7 del Schalke 04. También reconoció que le hubiera gustado seguir viendo lucir durante más tiempo al delantero la camiseta del Madrid y de la Selección.
Después de más de 400 partidos con el Real Madrid a sus espaldas, 101 goles y 89 internacionalidades con la Selección Española, Hierro se presentó frente a los universitarios con esa mezcla de nervios e incertidumbre que caracterizan a cualquier debutante. Y los jóvenes periodistas le agradecieron su esfuerzo al estilo del Santiago Bernabéu, cuando en esas tardes de gloria el coliseo madridista reconocía los méritos del central brindándole una cerrada ovación, cálida y sincera.

martes, 22 de marzo de 2011

Autocrática ONU

A la decisión de las Naciones Unidas de intervenir en Libia para que el general Muamar el Gadafi deje de masacrar a su propio pueblo se le achaca, por encima de cualquier otra, una crítica: la tardanza. Mientras el Consejo de Seguridad debatía tranquilamente si era procedente o no instaurar un espacio de exclusión aérea, el sátrapa libio cercaba Bengasi, la capital rebelde, y asesinaba sin ningún pudor a civiles por todo el país. Estas actuaciones fueron condenadas por los principales líderes mundiales, desde Barack Obama hasta Nicholas Sarkozy. Pero todo quedaba en palabras huecas, en un mero apoyo verbal y moral, con promesas que parecía que no iban a materializarse nunca. ¿Y por qué? Porque la ONU no daba el paso definitivo para aprobar la intervención y convertir el conflicto en una causa justa que requiere ayuda internacional. Y es que para que países ajenos puedan intervenir en un conflicto nacional se requiere la aprobación de 9 de los 15 miembros de que consta el Consejo de Seguridad, siempre y cuando ninguno de sus miembros permanentes (Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido) ejerza el derecho de veto. Este derecho ha permitido desde el nacimiento de la ONU en 1945 que las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial puedan evitar que cualquier decisión, por muy justa o necesaria que fuera, salga adelante si no va acorde con sus intereses y aunque el resto de los miembros del Consejo hayan votado a favor.

En el artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas se incluyen los principios básicos del organismo, entre los que están la igualdad soberana de todos sus miembros o el cumplir de buena fe las obligaciones. Los fines para los que fue creada la ONU son mantener la paz y evitar que se desencadene otro conflicto de las magnitudes de la II Guerra Mundial, para lo que es necesario fomentar la amistad entre las naciones y la cooperación internacional. Pero esa cooperación se pasa por alto en muchas ocasiones a favor de los intereses nacionales de cada país. De esta forma se condiciona el bien común y los principios de la ONU pasan a un segundo plano, por lo que los derechos humanos y el deber de protegerlos a toda costa son enterrados por un mar de intereses predominantemente económicos y estratégicos. Lo que se consigue con esta actitud que podríamos calificar de egoísta es manchar el nombre de las Naciones Unidas y otorgarle una imagen de descrédito e inefectividad que, con el paso de los años, va minando más y más la credibilidad del organismo a la par que a la propia ONU.

Las Naciones Unidas se crearon con la idea de representar al mundo y evitar injusticias, defendiendo, a poder ser por medios pacíficos, la democracia y la libertad. Pero, ¿cómo defender la democracia si en el máximo órgano internacional no existe? La ONU debería predicar con el ejemplo y eliminar ese poder autocrático que es el derecho a veto.

El derecho a veto, además de supeditar la justicia a los intereses nacionales, alarga exasperantemente la toma de decisiones importantes. Puede que de esta forma puedan madurarse bien todas sus consecuencias para evitar medidas erróneas, pero por mucho diálogo que se promueva, si un miembro permanente dice “no”, la solución final será no. Y si al final se consigue que apoye (o por lo menos que no rechace) la resolución, se habrá perdido un tiempo precioso que en un caso extremo, como ha sido el de Libia, se ha traducido en la pérdida de decenas de vidas de inocentes y la irracional tolerancia a una masacre indiscriminada.

Por otra parte, el derecho de veto es una clara discriminación a los países que, por unas causas o por otras, no salieron de la II Guerra Mundial como vencedores, ya sea porque no participaron en el conflicto o porque fueron derrotados por los Aliados. Sesenta y seis años después de la derrota del nazismo es la propia Naciones Unidas la encargada de que no se repitan esos errores pasados y la que por su reticencia a modernizarse y adaptarse a las exigencias del siglo XXI mantiene vivo el rencor y las consecuencias de esta guerra. ¿Por qué seguir premiando y primando a esos cinco vencedores? ¿Por qué países como Alemania deben seguir sintiéndose atormentados por unos hechos por los que ya han pagado sufrido bastante? La ONU debe fomentar la democracia desde su propio seno, tratando a todos sus miembros en igualdad de condiciones y sin que un indio o un brasileño tenga que sentirse inferior a un estadounidense o un francés sólo porque sería demasiado complicado modificar el sistema. Tampoco era fácil que después de décadas de coacciones y abusos en Egipto o Túnez, los ciudadanos salieran a la calle para luchar por la democracia. Y aún más difícil parecía que consiguieran derrocar a Ben Ali o Mubarak.

Es paradójico que, con tales disfunciones en su organigrama, las Naciones Unidas sean capaces de exigir a otros lo que ni ellas mismas cumplen.