martes, 24 de noviembre de 2009

Reportaje Tailandia: noviembre 2008

LOS TAILANDESES ACUSAN LA DISMINUCIÓN DEL TURISMO

NI BICHOS FRITOS NI PLAYAS PARADISÍACAS PUEDEN CON LA CRISIS

LOS CONFLICTOS INTERNOS SE ÚNEN A LA DEBACLE ECONÓMICA INTERNACIONAL

Entre una infinita maraña de coches, motos, humos y arriesgados viandantes, el tuk tuk, una motillo de tres ruedas techada y con un compartimento trasero para viajeros, se va abriendo paso a toda velocidad por una concurrida calle de la siempre ruidosa Bangkok, capital de Tailandia. Al final de la ancha avenida se divisan los blancos muros exteriores del inmenso y místico Palacio Real, en cuyos alrededores los tailandeses contrarios al Gobierno de Samak Sundarajev, primero, y Somchai Wongsawat, después, han protagonizado sus pacíficas (unas más que otras) manifestaciones.

Tailandia es una monarquía constitucional donde la Dinastía Chakri, encarnada por el rey Bhumibol Adulyadej, es venerada como si de una divinidad se tratara. No así el Gobierno, que desde el pasado julio está siendo presionado por la población para que renuncie a sus funciones. Primero fue Thaksin Shinawatra, Primer Ministro entre 2001 y 2006, el que perdió su puesto como cabeza visible del país tras ser acusado de corrupción y falta de respeto a la “sacra” monarquía. Ahora la historia se repite. Samak Sundarajev tuvo que abandonar el Ejecutivo el pasado mes de septiembre por la presión de los manifestantes. El estado de excepción fue declarado en Bangkok y las manifestaciones dejaron en algunos momentos de ser pacíficas para cobrarse vidas humanas. Somchai Wongsawat, cuñado de Thaksin, es ahora el Primer Ministro de Tailandia. Pero la oposición, activa principalmente (y casi de forma exclusiva) en la capital, no se conforma. Lo que comenzó hace 4 meses sigue vigente. Piden elecciones y que la verdadera democracia sea restablecida. Y para ello la manipuladora mano de Thaksin debe desaparecer.

Pero, realmente, ¿qué es Bangkok? La concurrida capital tailandesa es un lugar donde todos los sentidos se agudizan y, para bien o para mal, se ven superados. Los petardeos de los millares de motos que esquivan a coches y peatones por las amplísimas avenidas se clavan como agujas en los oídos. El olfato no deja de intoxicarse con los humos y demás gases contaminantes que cubren una ciudad con más de 15 millones de habitantes incluyendo su área metropolitana. Pero esto no es impedimento para los más de 10 millones de turistas que Bangkok acoge al año y que la convierten en el segundo destino preferido por los viajantes. ¿Qué tiene la caótica Bangkok para que esos 10.350.000 visitantes, según el ranking Euromonitor International de 2008, se queden prendados de ella?

Bangkok sabe a batido de frutas, a sandía, a piña, a fruta del dragón, a plátano, a guayaba. Y, como Tailandia en su totalidad, Bangkok sabe a pad thai, los mundialmente conocidos (y torpemente imitados) espaguetis de arroz. Pero, sobre todo, es el sentido de la vista el que se desborda en esta ciudad. Porque Bangkok es contraste, dualidad. Lujo y miseria. Caos y orden. De los más espléndidos centros comerciales, decorados con grandes anuncios publicitarios de Dior, Galliano o Marc Jacobs para la crème de la crème, hasta niños tirados en la calle, descalzos y sin nada que comer a apenas 3 manzanas de distancia. Esa doble cara también se aprecia al pasar del desesperante bullicio de las calles, con los infinitos atascos y las aglomeraciones humanas de los mercadillos, a la tranquilidad de los templos. Prácticamente en cada calle se puede encontrar uno de estos refugios en los que el traspasar el umbral significa trasportarse a un universo aparte, lejos del tiempo y el espacio comunes, donde la serenidad y la paz interior son el pan de cada día. Monjes budistas ataviados con largas túnicas naranjas se pasean descalzos por delante de los incontables colores de la fachada del templo y oran y ofrecen flores y alimentos a la estatua que recrea la figura de Sidharta Gautama: Buda.

La influencia de la prensa
¿Y qué hay de los problemas político-sociales que, según Occidente, asolan la capital? Las escasas noticias que llegan sobre Tailandia son, cuando menos, alarmistas. Por ejemplo, el diario El Mundo titulaba el día 7 de octubre de 2008: “Sangrientos disturbios en Tailandia con dos muertos y más de 380 heridos”. El periódico francés Le Monde seguía la misma línea: “Frente al caos político, el Ejército se despliega en Bangkok”. Y el Washington Post norteamericano tampoco se quedó atrás: “Las Naciones Unidas advierten oficialmente sobre la lucha social en Asia” o “Una explosión en Bangkok mata a 1 persona y hiere a 23” y añade en el interior del artículo: “Sin la colaboración de la policía, ellos (por los manifestantes) no tendrían acceso a tales armas (como la granada causante de la explosión)”. Toda la información que se recoge en los países occidentales se refiere a la violencia en Bangkok. Con estos referentes no es de extrañar que los familiares de los turistas que viajan allí estén asustados: “Mi suegra intentó convencernos a mi marido, a mi hija y a mí por activa y por pasiva de que no fuéramos. Que si Tailandia estaba muy lejos, que si había oído en las noticias que hay muchos problemas y muertos… Teníamos que llamarla todos los jueves. Si, por lo que fuera, se nos pasaba, ya se imaginaba lo peor”, manifestó María Luisa, una madrileña de 49 años.

Ninguno de los diarios mencionados ha hecho la más mínima referencia a las marchas ni manifestaciones pacíficas que se han sucedido en la capital tailandesa durante los meses de octubre y noviembre. En dichas concentraciones, la población se reúne lugares como campos deportivos y, acompañados por sus hijos pequeños, asisten a conciertos y otros actos para protestar pacíficamente contra el Gobierno, sin que ningún incidente quede reflejado. Y lo mismo ocurre en la propia Bangkok. Al pasear por la ciudad las alarmas no parecen tan justificadas. Ni luchas, ni peleas con armas, ni policía en estado de alerta (de hecho, apenas hay agentes, más preocupados por los turistas que por los autóctonos) y mucho menos soldados del Ejército tomando la capital. “Los tailandeses son gente pacífica por naturaleza, las reacciones en Europa son exageradas”, comentó Pierre Martin, un turista francés que visita Bangkok por segunda vez en dos años. Como Pierre, los que eligen Bangkok como destino para pasar sus vacaciones no tienen miedo. Es el caso de Sarah Gould, una joven inglesa que visita el Palacio Real, foco de las manifestaciones, acompañada por su madre y su hermano: “Antes de venir estuvimos siguiendo las noticias, pero lo que en ellas se decía no nos impidió venir. No he tenido ni tengo ningún miedo”. Los turistas españoles opinan lo mismo a pesar de las advertencias promovidas desde la Embajada de Tailandia en España, que no pone obstáculos a la hora de elegir este país como destino, pero que sí aconseja “evitar los lugares conflictivos”. Ángela, española que viaja con su marido, lo tiene claro: “Hemos venido sin pensárnoslo dos veces porque una manifestación no es un problema importante”, confesó, “en España tenemos problemas más importantes”.

Pero Tailandia es mucho más que las visitas obligadas al Palacio Real y al templo de Wat Pho, donde reside el famoso Buda Tumbado de 46 metros de largo y recubierto por finas láminas de oro. Fuera de la metrópoli, Tailandia es una frondosa selva con elefantes que pasean a los asombrados turistas por las empinadas y empantanadas laderas de las montañas. Tailandia es una inmensa playa paradisíaca con arena blanca y aguas cristalinas donde los forasteros hacen esnórquel (buceo por la superficie del agua con gafas, tubo y aletas) mientras nadan entre miles de peces de colores. Tailandia es el país de los mercadillos, de los supermercados Seven Eleven, de los masajes, de los mosquitos, de los puestos de bichos fritos y del boxeo thai. Sin embargo, incluso más que falsificaciones de marcas de prestigio, lo que más se puede encontrar por Tailandia son extranjeros. Ingleses, chinos, australianos, suecos, estadounidenses, venezolanos, franceses, alemanes, españoles. Tailandia es un hervidero de turistas armados con cámaras fotográficas de última generación, que no dudan en disparar sus flashes a la más mínima oportunidad.

El norte: Chiang Mai
Chiang Mai, región situada al norte del país, es la zona menos occidentalizada y, por tanto, menos invadida de turistas. El verde es el color predominante. Los árboles, la selva, rodean la zona urbana purificándola y consiguiendo que la contaminación no sea tan asfixiante. Zoos de serpientes, granjas de monos, jardines de mariposas y ranchos de elefantes son paradas obligatorias para todos aquellos que contraten un taxi. Pero estos meses, a pesar de ser temporada alta y de de oír hablar más inglés que thai, parece que el número de turistas es inferior a años anteriores. San Ti, un tailandés propietario de una joyería en Chiang Mai, no duda al hablar de las causas de tal descenso: “Vienen menos turistas a Tailandia debido a la crisis económica provocada por los americanos. Además, también tiene que ver todo lo que sale por la televisión sobre los problemas de Bangkok. Los que no son tailandeses sólo tienen esa fuente y se la creen, aunque no sea la realidad. Sólo los tailandeses sabemos la verdad”. Y explica: “En Bangkok sólo hay líos en sitios puntuales, no en toda la ciudad. Ni siquiera hay confrontación, mucha de esa gente sólo hace lo que les dicen. Si les dicen `ve allí y levanta el puño´ ellos van y lo hacen. En Chiang Mai está todo tranquilo”. Por su parte, Chai, taxista y conductor de un tuk tuk, no opina lo mismo. Para él, el turismo no ha descendido en absoluto, incluso que ha aumentado: “Vienen más que a Bangkok porque hay más que ver y el clima es mejor. Los turistas no tienen miedo a venir”. La visión de Chai es la minoritaria. La mayoría de los propietarios de negocios aseguran que hay menos turismo por la crisis económica: “Ahora la calle es más silenciosa”, asegura Voranalin Nagavajara desde su farmacia en pleno centro de la ciudad.

El sur: Phuket y Phi Phi island
En la otra punta del país, al sur, la zona de las playas, las islas y el turismo sexual, hay más turistas que locales. Es como el Benidorm tailandés: pubs, playas y niñas esperando la más mínima oportunidad para cogerse del brazo de un vanidoso extranjero y aprovecharse de sus frescos dólares. En la playa de Patong (Phuket) los comerciantes venden sus productos 10 veces más caros que en Bangkok o Chiang Mai e infinitamente por encima del precio de coste. Cada cinco minutos alguien ofreciendo bebidas, pomelos, camisetas, tatuajes o incluso estatuas de dragones asolan a los turistas que se doran al sol en sus tumbonas. Como en Chiang Mai, ni rastro de conflictos políticos.

A 2 horas en barco de Phuket se encuentra la paradisiaca isla de Phi Phi, de aguas azul turquesa, sin una sola carretera y que hace 4 años se convirtió en un auténtico infierno al ser barrida por el Tsunami. Es prácticamente imposible conseguir habitación sin reserva en alguno de los 4 hoteles de la isla, pero aún así parece que también hay menos turistas. Soda Samee, propietario de un restaurante y de un chiringuito a pie de playa, sufre la sequía de visitantes: “Este año hay menos turistas que el año pasado, todo está muy tranquilo y eso que estamos en temporada alta. Me vuelvo loco tratando de pensar cómo mantener mi negocio”. Quizá sea la crisis económica, quizá sea la política, pero lo que está claro es que en Phi Phi nadie hace mención a las manifestaciones ni a Thaksin. De hecho, lo que más preocupa es conseguir un buen precio para poder hacer un recorrido en lancha motora alrededor de la isla y ver la Monkey Beach (Playa de los Monos) y el parque natural de Maya. Es decir, lo mismo que ocurre en cualquiera de los otros puntos turísticos de Tailandia. Una vez que los turistas llegan al país se despreocupan. ¿Para qué perder el tiempo pensando en intrigas políticas cuando hay tantas maravillas que ver? La decisión está tomada. Lo que ha ocurrido es que, por la causa que sea, menos turistas que años anteriores se han atrevido a tomarla.

El tuk tuk se aleja del Palacio Real. Las doradas “stupas” (túmulos budistas construidos para albergar las reliquias del Buda o sus discípulos o para señalar un lugar importante) se divisan en la distancia, rasgando el cielo, como despidiéndose del visitante. Ese turista rememora todo lo que ha visto: las imágenes del Buda de esmeralda, de los demonios y dragones de piedra que repelen a los espíritus malignos y el sonido de los cantos de los fieles. Pero esas imágenes inevitablemente se mezclan con los asuntos mundanos del s.XXI. La factura del hotel, la reserva de los billetes de avión, la llamada de rigor a la familia, el resultado del último partido del Real Madrid, las elecciones norteamericanas, la crisis económica o hasta los líos políticos entre los tailandeses caen de golpe sobre los hombros del viajero, devolviéndole al frío (y ruidoso) mundo real.

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