martes, 22 de marzo de 2011

Autocrática ONU

A la decisión de las Naciones Unidas de intervenir en Libia para que el general Muamar el Gadafi deje de masacrar a su propio pueblo se le achaca, por encima de cualquier otra, una crítica: la tardanza. Mientras el Consejo de Seguridad debatía tranquilamente si era procedente o no instaurar un espacio de exclusión aérea, el sátrapa libio cercaba Bengasi, la capital rebelde, y asesinaba sin ningún pudor a civiles por todo el país. Estas actuaciones fueron condenadas por los principales líderes mundiales, desde Barack Obama hasta Nicholas Sarkozy. Pero todo quedaba en palabras huecas, en un mero apoyo verbal y moral, con promesas que parecía que no iban a materializarse nunca. ¿Y por qué? Porque la ONU no daba el paso definitivo para aprobar la intervención y convertir el conflicto en una causa justa que requiere ayuda internacional. Y es que para que países ajenos puedan intervenir en un conflicto nacional se requiere la aprobación de 9 de los 15 miembros de que consta el Consejo de Seguridad, siempre y cuando ninguno de sus miembros permanentes (Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido) ejerza el derecho de veto. Este derecho ha permitido desde el nacimiento de la ONU en 1945 que las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial puedan evitar que cualquier decisión, por muy justa o necesaria que fuera, salga adelante si no va acorde con sus intereses y aunque el resto de los miembros del Consejo hayan votado a favor.

En el artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas se incluyen los principios básicos del organismo, entre los que están la igualdad soberana de todos sus miembros o el cumplir de buena fe las obligaciones. Los fines para los que fue creada la ONU son mantener la paz y evitar que se desencadene otro conflicto de las magnitudes de la II Guerra Mundial, para lo que es necesario fomentar la amistad entre las naciones y la cooperación internacional. Pero esa cooperación se pasa por alto en muchas ocasiones a favor de los intereses nacionales de cada país. De esta forma se condiciona el bien común y los principios de la ONU pasan a un segundo plano, por lo que los derechos humanos y el deber de protegerlos a toda costa son enterrados por un mar de intereses predominantemente económicos y estratégicos. Lo que se consigue con esta actitud que podríamos calificar de egoísta es manchar el nombre de las Naciones Unidas y otorgarle una imagen de descrédito e inefectividad que, con el paso de los años, va minando más y más la credibilidad del organismo a la par que a la propia ONU.

Las Naciones Unidas se crearon con la idea de representar al mundo y evitar injusticias, defendiendo, a poder ser por medios pacíficos, la democracia y la libertad. Pero, ¿cómo defender la democracia si en el máximo órgano internacional no existe? La ONU debería predicar con el ejemplo y eliminar ese poder autocrático que es el derecho a veto.

El derecho a veto, además de supeditar la justicia a los intereses nacionales, alarga exasperantemente la toma de decisiones importantes. Puede que de esta forma puedan madurarse bien todas sus consecuencias para evitar medidas erróneas, pero por mucho diálogo que se promueva, si un miembro permanente dice “no”, la solución final será no. Y si al final se consigue que apoye (o por lo menos que no rechace) la resolución, se habrá perdido un tiempo precioso que en un caso extremo, como ha sido el de Libia, se ha traducido en la pérdida de decenas de vidas de inocentes y la irracional tolerancia a una masacre indiscriminada.

Por otra parte, el derecho de veto es una clara discriminación a los países que, por unas causas o por otras, no salieron de la II Guerra Mundial como vencedores, ya sea porque no participaron en el conflicto o porque fueron derrotados por los Aliados. Sesenta y seis años después de la derrota del nazismo es la propia Naciones Unidas la encargada de que no se repitan esos errores pasados y la que por su reticencia a modernizarse y adaptarse a las exigencias del siglo XXI mantiene vivo el rencor y las consecuencias de esta guerra. ¿Por qué seguir premiando y primando a esos cinco vencedores? ¿Por qué países como Alemania deben seguir sintiéndose atormentados por unos hechos por los que ya han pagado sufrido bastante? La ONU debe fomentar la democracia desde su propio seno, tratando a todos sus miembros en igualdad de condiciones y sin que un indio o un brasileño tenga que sentirse inferior a un estadounidense o un francés sólo porque sería demasiado complicado modificar el sistema. Tampoco era fácil que después de décadas de coacciones y abusos en Egipto o Túnez, los ciudadanos salieran a la calle para luchar por la democracia. Y aún más difícil parecía que consiguieran derrocar a Ben Ali o Mubarak.

Es paradójico que, con tales disfunciones en su organigrama, las Naciones Unidas sean capaces de exigir a otros lo que ni ellas mismas cumplen.

2 comentarios:

  1. deberias enseñarme un poco de politica...ves, esplicada asi lo mismo me parece hasta interesante y todo jaja

    FDO: NashRDH

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  2. y si pongo esplicada con X mejor XD

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